¿Esa tarde o aquella mañana? ¿Acá cerca o más lejos? Espacio y
tiempo, en este libro, no importan. Porque es aquí, allá y en todos lados donde
la vida sin más queda suspendida.
Un pibito limpia los vidrios. Pausa. Un hombre abraza a su hijo.
Pausa. Pirri hace un foul. Pausa.
Amato Garrafa habla al micrófono. Pausa. Edelmiro corta naranja por naranja.
Pausa. El vendedor de panchos un día se ilumina. Pausa. El regalador de
sonrisas camina por los bosques de eucaliptus. Pausa. Manolo compra choclos.
Pausa. Y otra pausa y otra más.
En ese devenir de interrupciones se construye un trayecto preciso:
un movimiento sutil hacia el interior de la mirada de Andrés Lewin. Son pausas
que funcionan como grietas que, por un instante, Lewin nos permite espiar y nos
susurra: “Mirá, mirá, acá está la belleza, el tiempo, la poesía, el amor…”.
En algunos poemas, quizás sobre todo en la primera parte, el yo avanza como si fuera un transeúnte en
la ciudad, en la vida misma. La mirada de Lewin acompaña lo que vemos y, al
mismo tiempo, se desentiende de lo que no vemos, eso que cada lector completa
en su lectura íntima y única: “Lo que mis ojos ven/ no es lo que miran
tus ojos”.
En otros poemas, ya más hacia el final, aparecen el amor, los cuerpos,
la búsqueda de la ternura. Poemas que exponen sin pudor todo lo que el yo mira y siente “en el fondo de todo lo
que brilla”.
Don Pascual, Edelmiro, Martita, Francisco, Manolo, Darío, Mariana,
Ricardo y más, los nombres propios se suceden, quizás como nunca en otro libro,
porque hay necesidad de nombrar, de destacar que la vida cotidiana está llena
de personas sabias, poetas, oscuras, luchadoras o bellas.
El uso de la repetición, una y otra vez, atraviesa todo el texto
hasta el punto de sentir que, por momentos, uno escucha la propia voz del poeta
que recita. En ciertos poemas, también aparece la pasión por el fútbol, esa
pasión de multitudes que en este caso muestra su lado más personal, como
Federico que, cuando llegan los penales, “apaga la tele/ duerme una siesta”.
El predominante uso del tiempo presente otorga y enfatiza ese cierto
dejo atemporal, como si eso que ocurre en el poema se actualizara a cada
instante, en cada lectura.
A modo fotográfico (o por qué no radiográfico) Lewin despliega
todo su esplendor en un libro que, desde el principio hasta el final,
manifiesta una simpleza profunda con frecuentes destellos de humor.
Y me detengo acá, en el “Hotel de mil estrellas”, donde La vida suspendida me despierta gratitud
y alegría porque, como diría Katherine Mansfield: “En el umbral de la poesía me
encuentro siempre temblando”.
Mariana Chami
Texto leído en la presentación del libro, el día 11 de Diciembre de 2013.
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